El escenario son las soledades de San Luis y Córdoba. Pringles acaba de ser derrotado por las tropas de Facundo Quiroga en San José del Morro.
Se repliega hasta la provincia de San Luis. Está rodeado. Lo sabe y no le importa. Confía en su estrella. Ha conocido momentos peores. En las orillas del río Quinto es derrotado otra vez. Un oficial le ordena rendirse. Pringles dice que sólo entregará su espada al general Quiroga. El oficial le dispara a quemarropa al viejo Granadero de San Martín.
Durante dos o tres días Pringles agoniza en medio del desierto. La patrulla llega finalmente hasta el campamento de Quiroga. Orgulloso, el oficial le muestra el cadáver. Quiroga ya está enterado de todo. Sus ojos negros brillan furiosos.
“ ¡Por no manchar con tu sangre el cadáver del valiente Pringles -le dice- es que no te hago pegar cuatro tiros ahora mismo!. ¡Cuidado otra vez, miserable, que un vencido invoque mi nombre!”
Quiroga se ha sacado su poncho, el poncho que lo acompañó en tantas batallas y que lo protegió del frío y de la lluvia, de la soledad y de las derrotas. Se ha puesto de rodillas. Sus hombres lo miran en silencio. Con un cuidado, con una delicadeza que ninguno de los soldados conocía, cubre el cuerpo del bravo coronel Pringles. Es la impotencia de tratar de remediar la muerte injusta de un valiente.
Así murió, un día como hoy, un 19 de marzo, pero de 1831, el Glorioso Vencido de Chancay. El corajudo de Nazca, Junín y Ayacucho, en el Perú. El Héroe de Ituzaingó, en la Guerra contra el Brasil.
Bravo entre los bravos, nuestro recuerdo y homenaje.(Granderos del Bicentenario)
Texto: Jorge Sacchi