“Ese día comencé a preparar una pared para hacer el revoque fino. Estábamos trabajando en una ampliación de una casa antigua, que tenía una tranquera en la entrada. Siempre nos turnamos para salir a comprar, y esa vez me tocó a mí”, aseguró.
Estaba trabajando con otros tres hombres en la intersección de 1° de Mayo y Amaro Galán. Comentó que suelen trabajar hasta las 16 horas y que a menudo le piden al ayudante que prepare mates para que los oficiales de albañilería no interrumpan su labor.
Se dirigió a un supermercado chino en la Avenida Jorge Newbery y se dio cuenta de que no tenía suficiente dinero. Eran las 11:30. Llamó a uno de sus compañeros (por eso tenía claro el horario) para comentarle la situación y pidió que averiguara si el resto quería que comprara algo más. Le pidieron yerba. Regresó, juntaron más dinero y volvió por azúcar. Relató que, al ver a una mujer con un paquete en la mano, ella le cedió su lugar en la caja porque llevaba más cosas. También intercambiaron opiniones sobre la inflación y el aumento de precios.
Luego, se dirigió a una panadería en el barrio ATE 2, en la calle Miguel B. Pastor, detallando las calles que utilizó e incluso mencionando las veces que tuvo que ir en contramano. En la puerta del negocio, se comió dos bizcochitos (le dieron unos cinco) y guardó los restantes en el bolsillo de su campera.
Páez declaró que al salir del local de panificados (a las 12) regresó a la obra: “Continué con el trabajo, no podía dejarlo mucho tiempo, ya que eso provoca grietas. Terminé la pared y luego guardamos todo para irnos”.
Llamo la atención a los presentes lo que se mencionó en el juicio y que no había salido a los medios. Ese mismo día pasadas las 17 el imputado, se dirigió en moto con su esposa al barrio La Rioja, donde vivía su hermano. Este los había invitado para celebrar su cumpleaños, y asistieron otros familiares, incluida la madre de Páez. Ninguno de estos testimonios se presentó en el debate oral. “Mi mamá se llevó a mi hija en taxi para que no viniera con nosotros en la moto porque hacía frío”, comentó.
Al llegar, según relató, se encontraron con el operativo policial en las calles, Belgrano específicamente en Chacabuco, y con la morguera. Horas antes, allí habían asesinado a Mafalda Sánchez.
Más tarde, allanaron su casa y lo detuvieron. Recordó que poco antes un hombre había golpeado la puerta: “Me dijo que buscaba a una familia cuyo nombre no recuerdo, que era delivery, pero sospechaba que algo no estaba bien. Luego me di cuenta de que era alguien enviado para ver si yo estaba allí”.
“Desde ese día les dije que iba a colaborar”, aseguró el hombre que lleva un año y 13 días detenido.
Comentó que la última vez estuvo en La Botija (había estado libre durante dos años) y había comenzado a encaminar su vida con la ayuda de un pastor de una iglesia donde se congregaba.
“Consumí cocaína cuando conocí a personas que no debía. Pero no vengo de una familia de delincuentes; ninguno tiene antecedentes. Mis padres siempre fueron trabajadores, y mis hermanos también. Yo cometí errores, pagué por ellos y perdí mucho tiempo de mi vida; mi pasado no fue bueno”, añadió.
“No pensé que estaría privado de libertad por esto; jamás podría vivir con la conciencia tranquila. Siempre me hice cargo de mis actos. Tengo un pasado complicado y antecedentes por robo con armas, pero nunca ejercí violencia. Ya pagué por ello, y se me fue la vida en la cárcel. Ahora estoy aquí injustamente, y no quiero morir en prisión”. Así el acusado Guillermo Páez grito su inocencia.